Seamos honestos, ¿quién no pasó por una situación así? Nuestra vejiga se siente igual que un globo aerostático gigante, pero no hay ningún lugar que nos permita «evacuar» como la física y la biología lo demandan. La solución temporal, y deberíamos decir instintiva, es aguantar hasta que la oportunidad correcta se manifieste, sin embargo, ¿qué tan mal nos puede hacer esa resistencia? La respuesta varía de acuerdo a cada persona, pero extender la espera por demasiado tiempo carga con algunos riesgos.
Una buena cantidad de mis historias están relacionadas con ese lugar especial de «meditación» al que todos debemos visitar tarde o temprano. Mi «delicadez estomacal» se ha extendido durante años, obligándome a visitar extraños e improvisados lugares con tal de encontrar un inodoro, aunque el llamado «número uno» también tiene su cuota de traiciones. Vamos: ¿Quién no se despertó alguna vez y salió corriendo como un guepardo para vaciar ese equivalente al Mar Ibérico que sentimos en la vejiga? Cuando hay que ir… hay que ir, pero en ocasiones debemos posponer la visita,
varias veces. Una reunión, una película en el cine, una fiesta con tres
o cuatro cervezas en nuestro sistema, un local de comida rápida después
de terminar una de sus gaseosas supergigantes… la lista sigue.
Obviamente, esa resistencia puede llegar a tener consecuencias. ¿Qué tan
bien las conocemos?
La vejiga humana promedio puede guardar casi medio litro de orina, mientras que por las noches, la vejiga aumenta su volumen lo suficiente para almacenar el doble,
lo que definitivamente explica nuestros récords de velocidad de la cama
al baño. La vejiga está equipada con una serie de receptores que al
detectar cierto límite envían una señal a nuestro cerebro, indicando la
necesidad de orinar. La primera acción del cerebro es ordenar una
contracción del músculo detrusor, generando esa sensación de urgencia que todos conocemos. El esfínter interno de la vejiga se abre como respuesta a la inevitable evacuación, pero la última «válvula de seguridad» es el esfínter distal. Esto lleva a un duelo entre el músculo detrusor y el esfínter distal, que de un modo u otro gana el primero. Ahora, ¿cuáles son las alternativas? ¿Qué pasa si ese mecanismo se quiebra?
En un caso normal, sentiremos la «corriente caliente» bajando por nuestras piernas. Si la vejiga se encuentra deteriorada por algún razón, aguantar demasiado podría llevar a una ruptura,
lo que implica un drenaje con un catéter para retirar la orina del
abdomen. Aún así, el riesgo principal de una contención prolongada se
manifiesta a través de una infección en el tracto urinario,
que deriva en la sensación constante de orinar aún cuando la vejiga
está vacía, una mayor frecuencia en las visitas al baño, y por supuesto,
el hecho de sentir que orinamos lava. Otra complicación es la
retención urinaria, la cual sucede cuando el músculo detrusor no puede
vaciar la vejiga por completo. En resumen: Resistir con moderación.
Cuando llega la alerta, tu cuerpo no se equivoca, y como siempre, si sientes que algo no está bien, consulta a un especialista.
Fuente:
http://www.neoteo.com/tan-peligroso-resistir-las-ganas-orinar
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