La pesadilla de los virus informáticos que atacan las lavadoras
La empresa rusa Kaspersky Lab identifica cada día 325.000 nuevos programas maliciosos, cada vez más destructivos
En un escueto informe que dejaba más preguntas que respuestas, la
policía alemana reconoció a principios de año que un virus paralizó y
causó graves daños en unos altos hornos. Los detalles son escasos, pero
suficientes para hacer saltar las alarmas de los expertos en seguridad
informática: por segunda vez, un virus ha sido capaz de causar estragos
en una cosa física. Algo está empezando a cambiar: cada vez hay una
mayor capacidad para atacar el mundo real desde un ordenador. El
problema no es menor. Para finales de este año, 5.000 millones de cosas
(teléfonos, lavadoras, coches, relojes, fábricas...) estarán conectadas a
Internet y serán, por tanto, vulnerables.
En su oficina de Moscú,
Eugene Kaspersky,
propietario de la mayor compañía de antivirus de Europa que lleva su
nombre, no se muestra optimista sobre estos últimos movimientos en la
red: "Todavía no nos hemos encontrado con el peor virus que podamos
imaginar, pero esperamos ataques de pesadilla contra infraestructuras
críticas", explica. Este ingeniero ruso, formado como criptógrafo en el
Ejército, comenzó a cazar virus en 1989 cuando se transmitían a través
de discos que ya ni siquiera existen. No sólo se muestra preocupado por
los grupos criminales, activistas o ladrones que utilizan
malware, sino por esta nueva generación de ataques.
Fundó su compañía en 1997 y, poco a poco, fue abriéndose camino,
sobre todo entre los consumidores caseros, por su eficacia. Ahora, con
400 millones de abonados (de los que 270.000 son empresas),
Kaspersky Lab
es el cuarto antivirus del mundo y el primero en mercados como el
español, francés o alemán. Sus oficinas están situadas en un barrio del
norte de la capital rusa, en un edificio moderno, que parece más propio
de Silicon Valley que de los bloques de viviendas soviéticos de los que
está rodeado. Su despacho está emplazado en lo que considera el corazón
de la empresa, el equipo de análisis de virus, cuyos informes han dado
una enorme relevancia a Kaspersky. Fueron ellos los que denunciaron el
fraude masivo Carbanak: el robo de 1.000 millones de dólares de 100
bancos de todo el mundo utilizando
malware.
En turnos de ocho horas repartidos entre Estados Unidos, China y
Moscú, Kaspersky mantiene 24 horas / siete días a la semana un equipo de
identificación de malware que afectan a los ordenadores de sus
abonados. Cada día se topan con 325.000 virus nuevos. Suelen ser
variaciones sobre códigos ya conocidos, software para espiar, los
troyanos, o los funestos cryptolockers, programas que encriptan la
información del ordenador, que sólo se puede rescatar previo pago de un
chantaje. Sin embargo, algo está empezando a cambiar en el mundo de los
virus y no precisamente para bien.
La primera advertencia seria de que algo había cambiado en el mundo de los virus se llamó
Stuxnet, un
gusano
descubierto en 2010 después de que causase estragos en las
centrifugadoras del programa nuclear iraní. Su sofisticación indicaba
que se trataba de un
malware —programa malicioso— creado por un
Estado pero, desde el punto de vista técnico, ofrecía una
característica extraordinaria: era el primer virus que lograba efectos
sobre el mundo físico. En una investigación conjunta con la ONU,
Kaspersky Lab descubrió otro virus parecido:
Flame.
En ambos casos se trataba de armas cibernéticas —tanto la prensa como
las empresas de seguridad acusaron a EE UU e Israel, con un objetivo
militar. Más tarde surgió el nuevo virus alemán.
El empresario reconoce que apenas tiene información sobre este
malware,
pero, en su opinión, muestra una indicación clara sobre el futuro.
Kaspersky explica: “Tenemos que estar preparados para las amenazas del
futuro. Todavía no se han producido ataques contra infraestructuras,
pero me temo que es muy posible y que es un paso lógico en la evolución
del
malware. Empezó con adolescentes gamberros, luego pasó a
los cibercriminales y posteriormente entraron bandas organizadas,
internacionalizadas y muy profesionalizadas. Esa es una línea de
evolución. Pero la otra línea es el crimen tradicional que recluta
hackers
para diseñar ataques contra líneas de transporte o de distribución,
como gasolineras. No roban información, roban cosas como gasolina,
grano. Entran en el sistema y cambian las medidas. También hay
ciberespionaje muy profesional. Lo malo es que las tecnologías circulan
muy rápido y se copian. Todo eso lleva a un único escenario posible: el
ciberterrorismo”.
Kaspersky es un hombre afable de 49 años, que hace gala de sencillez y austeridad, pese a ocupar
el puesto 1.741 en la lista Forbes
de los hombres más ricos del mundo (el 85 de Rusia). Su despacho es una
modesta pecera con una mesa de trabajo y una pequeña mesa de reuniones,
con unas imponentes vistas al río Moscova. La compañía rusa se ha
convertido desde su fundación en 1997 en un gigante de la seguridad
informática con 33 oficinas en 30 países. Tiene casi 3.000 empleados y
una facturación en 2013 de 667 millones de dólares.
El perfil de Kaspersky como CEO de una compañía tecnológica de
primera fila no es muy habitual, ya que es un técnico, no un financiero.
Muchos vieron en el protagonista de
Splinter Cell: Blacklist aftermath,
una novela de la factoría Tom Clancy, escrita por Peter Telep, a un
trasunto del informático ruso: el excéntrico millonario ruso Igor
Kasperov, propietario de una de las principales compañías de antivirus
del mundo, que se enfrenta al Gobierno de Moscú cuando se niega a lanzar
un virus letal contra EE UU. Kaspersky tiene la novela en su despacho,
junto a una foto con Merkel y medallas de instituciones tan diversas
como Interpol o el Gobierno brasileño.
Hace dos años protagonizó una polémica con la revista
Wired
cuando, en un extenso perfil, le acusó de tener lazos demasiado
estrechos con los servicios de seguridad rusos. Lo negó tajantemente y
replica que mantiene contactos con los servicios secretos de su país
como los tiene con Interpol, Europol, el FBI o la policía española.
Preguntado sobre la polémica, Adolfo Hernández, del
Thiber, un centro de estudios en ciberseguridad
dependiente del Instituto de Ciencias Forenses y de la Seguridad (ICFS)
de la Universidad Autónoma de Madrid, señala: "China, Estados Unidos y
Rusia son los países que más ataques emiten y las que más ataques
reciben. Claro que hay una vinculación de estas empresas con el Gobierno
del país al que pertenecen, pero no sólo de Kaspersky, de todas".
Preguntado sobre si una empresa de seguridad informática puede
trabajar sin tener contactos con los servicios secretos de su país,
Kaspersky responde: "Es un error típico en el oeste, piensan que el FSB
es un nuevo KGB, no es así. Hay dos tipos de servicios secretos: los
ofensivos y los defensivos. FSB es responsable de la defensa. Aquí en
Rusia existe la inteligencia militar y estratégica, que es ofensiva.
Estamos en contacto con el FSB, pero no con los servicios ofensivos. Es
lo mismo es casi todos los países: en España estamos en contacto con la
gente responsable de la ciberdefensa, en Estados Unidos hemos trabajado
con el FBI. Lo hemos hecho con muchos otros países europeos, Interpol,
Europol... No cooperamos nunca con agencias ofensivas. Ellos nos conocen
y nosotros les conocemos. Pero es una regla de la compañía: no
ayudamos, ni colaboramos con los servicios ofensivos".
Fuente:
http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2015/05/18/actualidad/1431962760_524833.html